Maldita suerte

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Yo no soy ningún ratón pero peor que él he sido tratado por otro animal que tampoco es un gato. Acepto que mi vida se parece a la de ese roedor porque tampoco la mía se ha caracterizado por tener mucha paz.

Más claramente hablando: no sé lo que significa esa palabra porque vivo y viví siempre en medio de una tormenta. No de una tempestad provocada por vientos fuertes golpeando violentamente el mar, sino que, más bien, por una especie de tormenta, que en absoluto han generado los dioses; sino que más, exactamente, otros Homo sapiens sapiens, otros hermanos.

¿Por qué razón? no lo sé. Sé nada más que he tenido una especial maldita suerte. Algunos dicen, y con mucha razón, que de especial no tiene nada esa suerte; porque, realmente, es la misma que sufren todos los que tuvieron la mala suerte histórica de nacer sin el derecho a poseer ni siquiera el metro cuadrado donde, al final, serán enterrados sus restos.

La explicación que reduce todo a un producto de la clase social a la que se pertenece se queda, sin embargo, corta; porque no explica, en ningún momento, el especial maltrato que históricamente han recibido, por ejemplo: los minusválidos, los homosexuales, los ancianos, los idiotas, los enfermos mentales, las mujeres, los negros, los indios e t c. Categorías, todas, a las que yo felizmente no pertenezco; me dijo un amigo cercano.

No por esa razón, sin embargo, mi suerte ha sido menos desgraciada insistió él; y relató finalmente, a manera de ejemplo, algunas de las desgracias que han acompañado su vida: discriminación, maltrato laboral, desempleo, falta de vivienda, destierro, soledad, persecución política, violencia armada e t c, e t c.

Mucho mayor es la lista completa, dijo, finalmente, mi amigo; un hombre que tomó, verdaderamente, conciencia de serlo enfrentando cotidianamente la tormenta; con los puños cerrados, claro; pero, también, con una amplia sonrisa; porque, según él, no es posible llorar ininterrumpidamente.



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