¡Vivan, pues, las mujeres!

Para entonces yo estudiaba cuarto grado con mi maestra Rosa de Amaya y nos mandó de tarea hacer un dibujo acerca del Día de la Mujer. Al igual que ahora, esa vez tampoco sabía dibujar, pero como la maestra era buena y cariñosa me recibió los trazos que hice en la hoja blanca, a los que puse algo de color, el título de FELICITACIONES y se lo entregué sin mirarla a la cara porque creía que de todos los dibujos el mío era el más feo.

     Nunca olvido las dos cosas que hizo mi maestra, me pidió que alzara el rostro y pegó mi dibujo en el centro de la cartelera y para justificar su decisión alegó que yo había sido el único que había llevado un dibujo hecho con mi puño y letra; otros habían llevado copias y algunos, recortes pegados en las hojas.

     Cuando pienso en ese día y en el resto de los que conformaron mi formación en las distintas instituciones educativas me alegro de que el 90 % de mis formadores hayan sido mujeres. Eso me dio la confianza de que mi educación estaba en buenas manos porque aparte de que eran mujeres preparadas, me ensañaron valores indispensables que hoy conservo como pilares fundamentales de mi formación.

     Pero mis alegrías con las mujeres son infinitas y puedo recordar anécdotas especiales, por ejemplo, cuando mamá me enseñó a leer, cuando me tocó hacer de niñero de mi hermana menor, cuando nació mi hija, cuando una mujer me rescató para el arte, cuando se me murió un amor en mis brazos, cuando una mujer me presentó la selva o cuando mi compañera sentimental me incluyó en sus planes.

     Me siento afortunado y dichoso de haber nacido hombre y de compartir el mundo con las mujeres porque para mí no tendría gracia alguna vivir entre tantas maravillas regaladas por Dios y no tener una mujer que le enseñé a uno a ver las cosas desde otra perspectiva, más bonitas, más reales o simplemente que coincidan contigo en la grandeza que le dan los detalles a la vida. ¡Vivan, pues, las mujeres!