Navidad y nostalgias


Navidad y nostalgias

La única vez que le escribí una carta al Niño Jesús fue para pedirle una muñeca a mi hermanita menor. De eso hacen varios años; recuerdo que estaba vivo mi perro Porqui, el único que he tenido y el que un día llegó a casa ensartado de espinas de puercoespín; y mi papá, que ha amado a los perros desde siempre, le sacó las espinas, lo curó y me lo dio para que lo cuidara.

     Para entonces yo estudiaba primaria en la ciudad, pero me encontraba de vacaciones en el campo con mi familia y como mi hermana no sabía ni leer ni escribir, le redacté la carta sin que ella supiera; la metí debajo del colchón y me acosté a esperar el amanecer con el pedido.

     Y aconteció que el perro, como estaba herido, no podía dormir y para consolarlo o me paraba yo o lo hacía mi papá. No supe a qué hora me quedé dormido, pero me enteré de que mi papá se había trasnochado atendiendo a Porqui, quien dormía tranquilo, sin suponer que, debido a su lamentable salud no pudo entrar el Niño Jesús con la muñeca para mi hermana.

     Esa fue la explicación que asumí cuando desperté, levanté el colchón y no vi el bendito regalo. «Seguro que el Niño Dios no pudo venir porque necesitaba que todos estuvieran durmiendo y como Porqui no durmió ni dejó dormir a mi papá, pues se le complicó». En ese tiempo y a esa edad creía que la magia funcionaba de esa manera, que el Niño Jesús llegaba a media noche y ponía el regalo en el lugar de la carta y ya.

     Mi hermana no lloró porque nunca se enteró (hasta ahora) de lo que hice. Después no escribí más cartas porque en la escuela me enteré de quiénes eran los que compraban los regalos y como siempre fuimos muy pobres, no me atreví a pedirle regalo a mis padres porque, aunque no éramos muchos, hacíamos una escalera de siete peldaños, la cantidad de hijos que tenía mamá.

     Recuerdo esto con la nostalgia por la inocencia de mi niñez y aunque nunca supimos qué era eso de Niño Jesús, crecimos alegres, optimistas y sanos porque fuimos felices; tuvimos inviernos para bañarnos, palos de escobas para montar caballos, hojas secas para construir helicópteros, potes de leche vacíos para hacer carritos; jugamos al loco escondido, al gato y al ratón, al tintirintao, al alé limón, al policía y al malandro, al caimán y muchos otros juegos que no pertenecían exclusivamente a la Navidad, sino a la tradiciones de nuestra infancia.

     También recuerdo, con nostalgia, la otrora Navidad; cuando éramos una familia venezolana, de una sola mesa y abundantes hallacas y no grupos regados por todo el mapa de la tierra como ahora; pero esa historia la saben ustedes porque al igual que yo, no han vuelto a abrazar a la hija, al hermano o al nieto que se les fue.



Texto y fotografía de @jesuspsoto



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Saludos, estimado, @jesuspsoto, Feliz Navidad, Así vuelan los pájaros cuándo se van del nido.

Vuelan alto. Volar, volar...

Así es el espíritu de luz

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