Hay gente que es especialista metiendo el clavo en la llaga, que te afloran al muerto para resucitarte las dolencias; gente que tiene la costumbre de abrir la boca para abrirle la frescura a la herida que llevas; gentecita provocadora que sueltan el veneno disimuladamente y se suben a los muros para ver qué haces en tu estado sangrante.

     Esta gente es de cuidado, por la mañana te saludan y te envían un café virtual, por la tarde te ocupan con mensajes reenviados y por la noche asisten al funeral de otros para hablar mal de ti.

     Esa gente no me gusta, pero debo reconocer que a veces son útiles porque funcionan como agentes de intriga, enviados del mal y al mal hay que tenerlo presente antes de que vuele para que no nos agarre con la almohada en los ojos. Gentecita como esa nos alerta de posible ataques, nos evita sorpresas o nos sorprenden cuando nos meten el clavo en la llaga.

     El caso es que anoche me preguntaron por la biblioteca pública Dr. Alirio Ugarte Pelayo; de entrada, me quedé callado porque una implosión de sensaciones me revolvió la existencia; pero el preguntón estaba empeñado en escucharme vociferar en contra del memoricidio que provocaron quienes de una patada le quitaron la sede a la biblioteca, tiraron los libros al piso y los hacinaron en un espacio inapropiado.

     Cuando lanzó la segunda y tercera pregunta yo ya sabía en qué venía envuelta la pólvora de la provocación, y cuando le dije amablemente y hasta sonriendo que escribiera su propio artículo, que usara sus propias palabras para expresar su descontento, cambió de tema y se despidió.

     Es que hay gente que sigue con el miedo a decir lo que siente o porque carecen de argumentos para sostener su verdad o porque no saben escribir o porque simplemente temen comprometerse y a lo mejor tienen razón en usar pañales, pero no por ello debe uno prestarles la razón sin antes pensar lo que se va a decir porque la razón, sin probidad, también es un azote.