El agujero fantástico II

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El agujero fantástico II

     En el final, donde Antonio describía una habitación común, llena de soledades y nostalgias; impertérrita ante las alegrías, en donde se consumían los últimos respiros del personaje, se abría un punto, un haz de luz que Antonio estaba seguro no haber incluido.
     Yo mismo al leer el escrito lo verifiqué, pero vi más que Antonio. Por el agujero, aunque pequeño, se proyectaba el tiempo ¿Cómo era posible que el infinito estuviera metido en apenas un punto? Estaba allí el génesis en los siete días, con el mar tumultuoso, de la mano con el cielo apacible, con las estrellas en la hierba y un sembradío de flores en las nubes; estaban los animales mezclados con Adán y Eva; una serpiente emplumada acariciaba el rostro de las montañas y entre el hombre y la mujer, Dios.
     Pero también, por el agujero se proyectaban los paisajes del mundo, sus cataratas y volcanes, las fábulas y las mitologías. Estaban las mariposas gigantes, los escarabajos de cristal y el unicornio de color. Los sueños y sus formas de felicidad, con sus matices y engranajes. Estaban los libros, El Aleph y Cortázar, El Quijote y Las mil y una noches, Stevenson y Remedios la bella; la Cenicienta y Pinocho jugaban con Peter Pan y la Reina de corazones.
     Antonio juraba que nos habíamos vuelto loco. Me echaba la culpa de haberlo enfermado porque él dejó de ver lo mismo que yo a través del agujero; veía un punto en su cuento, que no debía estar allí y me culpaba de haberlo agregado y de haber hecho que perdiera el concurso; pero yo tampoco sabía cómo llegó ese agujero al relato, no lo agregué porque Antonio me dio el manuscrito impreso y ese mismo le devolví.
     Después me enteré de que había abandonado la escritura y hasta el presente no he sabido de él. Aunque está aquí conmigo, en su cuento que me retrata y siento que Antonio quiere cobrarse su derrota; él cree que de alguna amanera yo puse ese agujero ahí y más que ahí, en los ojos del jurado porque ellos al igual que yo lo ven y ven el mundo fantástico que hay detrás.
     Con el cuento de Antonio me curé o ¿no? Mamá está feliz, mi familia está a salvo de mi anormalidad; y así será mientras no se enteren del agujero, de esto que ahora me atrapa y me tiene como a un niño curioso, pero asustado, porque me aterra saberlo todo, perder la capacidad de asombro me da miedo, descubrir los secretos de los laberintos me paraliza; apenas me acerco al agujero y la idea de tener el todo en mi mente me amenaza y tampoco quiero dejar de ver y menos, de entrar; y debo entrar para saber cómo llegó el agujero al cuento, para hacer las paces con Antonio.
     Anoche me decidí. Tomé el cuento de Antonio y de inmediato se me asomó el agujero como si me estuviera esperando, como si supiera todo acerca de mí. El fulgor de la entrada era único, se estaban abriendo las puertas de lo inimaginable, el infinito en sueños, en tiempo; me enceguecí y al cerrar los ojos lo empecé a ver todo. Años de luz en el pasado, el futuro frente a mi pequeña memoria; todo era tan grande que no pude, no distinguía las épocas, los desaparecidos, lo venidero, el presenta estaba en medio, entonces busqué el día en que Antonio me entregó el manuscrito. Lo vi marcharse por los corredores del edificio, luego me vi a mí, leyendo el cuento, pero no el de Antonio, leyendo lo que estaba pasando, era yo dentro del agujero leyendo esto que les estoy contando.
     Supe cómo llegó el agujero al cuento de Antonio, supe más, el agujero estaba dentro de mí, era yo el que lo proyectaba en todo lo que leía. Supe que en ese momento no estaba metido en el todo, que la nada guardaba a salvo sus secretos, que el tiempo me era imposible, infinito. Supe que estaba en mi cama, enfermo, pero no de apatía por la realidad, ya había superado esa maldición gracias al agujero mágico que sembró mi familia en tantas horas de lectura; ahora estaba enfermo de ficción, veía fantasmas, veía duendes y hadas en toda la casa; imaginaba caballitos de madera encima del techo, esperándome para cabalgar.
     Ya no necesitaba el cuento de Antonio para acceder al mundo fantástico. Necesitaba de Antonio porque era mi amigo y quería compartir con él mis monstruos mágicos; puedo hacer de Antonio un escritor, puedo contarle lo que veo y que él escriba.
     Antonio me habló ayer. Me dijo que no quiere escribir lo que puedo contarle; me dijo que ya lo hizo y que sirvió para curarme, que solo quiere que yo sea feliz con los libros.



Portada hecha en Canva.



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