Conociendo la selva. Laguna Matraca

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Conociendo la selva. Laguna Matraca

DIEZ MINUTOS REMONTANDO EL RÍO INÍRIDA y está la entrada de Laguna Matraca; uno sabe que es una entrada porque el camino ya está hecho y nomás empezar el canaleteo la contemplación empieza con el concierto de pájaros de distintos plumajes que contrastan con el ensordecedor silencio de los árboles; que si usted los mira hacia arriba pareciera que los ojos chocarán con el cielo y si los mira hacia abajo, igual, porque el agua es tan clara que los ojos confunden el cielo con la tierra.

     Más adentro tampoco hay desperdicio; una inmensidad rica en penetrantes formas de ramas y hojas; de luces culebreando para meterse por el entramado de los árboles; de sonidos y silencios entremezclados; en los troncos los insectos, en las olas las líneas que dibujan las hojas al caer. Los caminos de agua son más seguros que las calles de Bogotá, yo sé porque en Bogotá me atracaron, pero en la selva se anda seguro. En un bongo usted viene tranquilo y si se voltea se agarra de un bejuco o de un güío (una especie de boa constrictor) y en lo que el animal se asusta usted lo jala y él lo saca; les digo que en los bongos el viaje es seguro y si el motor se avería, uno agarra el remo y a canaletear sea dicho; lo único es que si dan ganas de orinar no hay que distraerse mucho porque en la selva, el menor descuido confunde, no ve que todo es hermoso.


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     Esta cuarta crónica que presento forma parte de mi viaje por la selva amazónica colombiana; con ella inicio a narrar mi experiencia en las comunidades aborígenes que visité; en esta, particularmente, lo hago asumiendo la voz de Sara Petra González, la sabedora de Laguna Matraca. Mi amiga, la profesora Pilar Salamanca nos organizó la visita y junto el profesor Jaír Alberto Gutiérrez, llegamos a la comunidad.

     He aquí lo que escuché y que hoy comparto con ustedes.


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Sabedora Sara Petra González


     ¡Espere y verá!
     Primero tengo que contarle que a estas tierras nadie se mudaba, no ve que aquí se escuchaban muchos gritos, pero luego le hablaré de los gritos, primero déjenme mojar la lengua porque es que en Laguna Matraca sí hay misterios y mejor es meter la cuchara bien honda en el plato de los recuerdos para que la boca se llene harta con ese caldo.

     Nadie se mudaba para acá porque aquí sí espantaban, se escuchaban gritos y voces como si el viento hablara, se escuchaban achicar de bongos, pájaros que decían cosas; usted oía la voz, pero no veía el bulto. Eso me lo dijo mi papá, Luis Reimundo González, un misionero de cuando Sophía Müller, quien por cierto se vino con nosotros. Mi papá se vino desde el Vaupés, a canalete y canoa, y poco después de llegar a Inírida unos amigos le dijeron que ocupara estas tierras.

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     Mi papá y sus cuñados rezaron estas tierras y pidieron permiso para ocuparlas. Primero vivimos a orillas de la laguna, pero luego nos trasladamos hasta aquí, donde estamos ahorita y donde mi papá fundó la escuela. Tuvieron que rezar para espantar las voces porque aquí espantaban hasta de día, espantaban tanto que muchos de los fundadores regresaron a Inírida.

     Aquí todos somos curripacos, yo soy la única sabedora sobreviviente que queda de los fundadores; mi hijo Marco Antonio Álvarez es el capitán. Aquí cultivamos yuca para preparar mañoco, cazabe, yucuta y catara. Ahí tenemos nuestros catumares, sebucanes, budares y rayadores, en total somos trece familias.


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Rayador de yuca
Catumare

     Ahora sí les contaré sobre el tigre que duró tres años asustándonos. Aunque no era tigre porque tenía las orejas agachadas y también tenía hocico como de perro. Ese bicho solo se dejaba ver de las mujeres, ¡uuhh! quién sabe qué buscaba porque las huellas que marcaba eran como las manos de un humano. No dejaba gallina ni perro, a mí casi me come, si no es porque me subí a un tronco no les estuviera contando.

     De ese tigre escapamos gracias a un payé que trajimos de Brasil; tres días le rezó y a los tres días ambos se fueron y menos mal porque el tigre ya visitaba las casas, una por una, era tan inteligente que sabía destrancar las puertas. Después nos enteramos de que era una mujer que tenía mañas y se volvía tigre únicamente para asustar a la gente. También los árboles pueden volverse tigre. La tonina por ejemplo se vuelve humano y se lleva a la persona que le gusta. Todo eso me lo contó mi papá finao. Laguna Matraca tiene cosas como de libros, como de ficción como dicen ustedes los inventores de palabras.

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Placer bajo la lluvia
Saludo de oreja

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Texto y fotografías de @jesuspsoto



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¡Extraordinario!

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Después de la selva, soy otro; como ser humano y como escritor. Gracias por tu amable visita.

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¡Me imagino que sí! 👍

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Oh qué buen trabajo Jesús, una buena obra.

Saludos caballero

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Hola @jesuspsoto, disfrute mucho leyendo esta crónica, lo hice dos veces. Mágico y asombroso lugar., Que cantidad de historias y experiencias de estas personas. Dime algo ¿para que usan el catumare ?

¡Excelente publicación! Un abrazo

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El catumare es un bolso, ahí meten la yuca, la leña y como tiene para metérselo por los brazos, las indias se lo ponen en la espalada y en los brazos llevan a los niños. Siguen siendo tan originarios que es la mujer la que hace ese trabajo de cargar las cosas.

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