El Plato Roto - Cuento


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El Plato Roto

El plato se había roto, partido en pequeños pedazos que se distribuían desordenadamente el piso mientras que Marta solo se quedaba como una estatua viendo al horizonte. Era una tarde otoñal, los colores naranjas y ocres eran comunes en esa época del año, pero no solo eso era notorio, sino que todo cambiaba como cada estación. Marta esperaba que el día de hoy fuera distinto, esperaba con el positivismo de quien vive saludable y con mucha energía; hacía el bien sin mirar a quien y su amabilidad era recíproca pues la gente la admiraba con mucho respeto.

Esa tarde preparaba todo; hacía su mejor estofado, un pastel de calabazas y su popular limonada endulzada con miel de abejas. Estaba preparándose para su día especial, para aventurarse de nuevo a los halagos y las sonrisas. Había tomado un baño con sales de baño, quería estar fresca y suave, quería oler bien y verse bien pues era un día único cada año que pasaba.

Se arregló como cada 06 de julio, se puso un vestido de verano y sandalias bajas. Ató su cabello en una cola de caballo y se maquilló sutilmente; un poco de rubor, mascara, y lápiz labial rosa pálido. Estaba deslumbrante, y sumamente enérgica y cuando el timbre sonó su corazón casi se desboca. Ella bajo con premura hacia la puerta y al abrirla su corazón que una vez estaba alegre, se sumió en una agria y amarga negrura. Las personas que esperaban en la puerta no traían un semblante de alegría sino más bien de tristeza y pena.

Los hombres uniformados le entregaron una caja y un sobre que a su vez tenía un nombre que ella conocía muy bien. Ofreciéndole su más profundo pesar a Marta, estos dejaron el portal para adentrarse en un auto negro que los esperaba. Su día especial había pasado de ser lleno de alegrías a ser el más lúgubre de su vida. El sobre y la caja solo significaban una cosa: lo había perdido para siempre. Caminó hasta la cocina y abrió la caja encontrándose con las placas que marcaban su información. Había sucedido una tragedia. Ella dejó todo en la mesa y fue por un plato para colocarlo en su lugar, al menos haría homenaje a su vida, solo que cuando lo tomó sus manos temblorosas lo dejó caer haciéndose añicos en el suelo.

Marta observó hacia el horizonte, quieta, mirando a través de su ventana a los transeúntes, vecinos ajenos a la situación que le acontecía. Su gran amor había muerto, y su corazón quedó como aquel plato roto que no puede volverse a unir.

Fin.



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Me pareció un relato muy cercano, muy vivido y eso le da fuerza para conectar con él.

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Fascinante. Gracias por compartir. Saludos.

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Gracias a ti por tomar algo de tu tiempo para leer esta historia. Saludos.

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