Arte Marcial y el Poder de la Mente

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Llegamos a pequeña ciudad porque a papa lo había contratado como gerente una empresa manufacturera. Yo estaba muy pequeño, apenas comenzaba la primaria y eso fue en el colegio San José. Un colegio dirigido por hermanos Maristas en donde recibí mis primeras clases tanto de instrucción académica como religiosa. Allí supe de la biblia y la historia de Jesús de Nazaret.

En la pequeña ciudad, la vida transcurría con la monotonía. Era demasiada tranquila para el gusto de papá. Mamá también extrañaba la bella Caracas. En la ciudad, los habitantes, acostumbrados a la rutina, rara vez experimentaban algo fuera de lo común. Abundaban los cuentos macabros y paranormales. A mi hermano Luis y a mí nos aterraba escucharlos, pero eso no nos impedía que estuviéramos en primera fila cuando alguien llegaba con uno nuevo. Sumado a esto, también estaban las películas de vampiros, hombres lobos y el monstruo de Frankenstein. Fueron muchas noches sin poder dormir viendo sombras, muebles fúnebres y movimientos de figuras blancas. No pelábamos una noche en que nos cubriéramos la cabeza con las sabanas y llenáramos nuestras bocas de infinidad de plegarias. El terror era majestuoso.

Debido a lo lejos que estaba el colegio y a lo complicado que se hacía pare llevarnos y recogernos, fuimos cambiados a un colegio más cercano a casa. Solo se debía caminar una decena de cuadras y llegábamos al destino. El colegio estaba en pleno centro de la ciudad y la zona estaba colmada de casas antiquísimas, unas habitadas, otras vacías.

Entre las diferentes casas que veíamos en nuestro ir y venir había una en particular, una casa que todos evitaban. No por su aspecto, sino por la sensación que provocaba al pasar frente a ella. Era una sensación extraña, como si los pensamientos más oscuros se hicieran más densos al cruzar su sombra. Un día, Luis y yo nos atrevimos a entrar. De inmediato sentimos como los temores florecían. La curiosidad era inmensa, no nos dejaba salir de allí, pero a la vez el aire se hacía difícil respirar. Caminamos por toda la casa y no había nada fuera de lugar, pero la sensación de algo malo se intensificaba. Esa sensación nos acompañó por mucho tiempo.

Días después la casa parecía marchitarse más, se volvió más oscura y eso provocó que el temor aumentara. No volvimos a entrar y menos cuando alguien dijo que habían encontrado el cadáver de un niño en el patio trasero. Los cuentos sobre eso se multiplicaron y Luis y yo llegamos a pensar que pudimos haber sido nosotros las víctimas. Todo esto nos mortificó, nos llenó de pensamientos tenebrosos y veíamos el mal en todos lados.

Una noche en que papá estaba visitando a mamá porque había nacido el cuarto de nosotros, me levanté de la cama para ir al baño. Al entrar al sitio vi una serpiente que se movía por detrás de la base del lavamanos. Grite de inmediato y las chicas que nos cuidaban se acercaron y el terror inundo el lugar. Todos sin excepción estábamos encima de la mesa del comedor. Según recuerdo, fue bastante resistente. Buena madera.

Papá llegó, tomo el machete y mato a la culebra. Yo me moría por orinar y no había podido entrar en el baño, pero con el cadáver allí no iba a entrar solo. Nancy me acompañó. Ella entró primero y más atrás yo. En el momento que ella miró al cadáver este se movió. Corrimos fuera gritándole a papa lo sucedido. Papá volvió al baño con el machete en mano y se cercioró que la culebra estuviera muerta. La recogió en una bolsa y al salir dijo: cuando una culebra muerta se mueve ante la presencia de una persona significa que esa persona no es de fiar.

Al poco tiempo se descubrió que Nancy nos estaba robando. Mi mamá si supo darle palos a esa chica. La botaron después de la pela. Papá había tenido razón. Eso se grabó en mis pensamientos. Esa casa se transformó en algo espeluznante, siempre pasaban cosas extrañas y Luis y yo éramos los testigos. Nuestros pensamientos no salían de algo oscuro, de mucho miedo. Lo peor que vi en esa casa fue cuando vi que todo se caiga. Fue cuando sucedió el evento telúrico más importante al norte de Venezuela.

Terminamos mudándonos, pero los pensamientos negativos como que me perseguían y las cosas horrorosas se presentaban. Hasta que comencé a recibir clases de Taekwon-Do, un arte marcial coreano.

Mi maestro me sacó de ese abismo. No solo me enseñó a defenderme, sino a dominar mis pensamientos. No había nada a que temerle, mi destino lo definía yo. El pensar en positivo hizo que todo cambiara en mi vida. Lejos fueron a parar los miedos y la seguridad brotó. Solo había algo que no dominaba, no soportaba estar en grupos. El arte marcial aprendido y cultivado también me ayudó a defenderme de los que querían someterme por diversión. El llamado hoy en día Bullying. No hacía falta pegarle a alguien, solo bastaba con mirarlo con autoridad y este se iba como perro con la cola entre las patas.

El arte marcial, el pensamiento positivo y la seguridad en mí me llevaron a vencer todos los desafíos que se presentaban. Aun después que descubriera mi condición de Asperger, lo aprendido con el Taekwon-Do me ayudó a entender y mejorar mi vida. Cuando todo parecía oscuro, la luz ilumino mi existir.

No controlo todo lo que me pueda suceder, pero puedo controlar cómo responder. Soy dueño de mi destino. Y si el poder mental no ayuda para controlar a quien nos intenta ofender, pues una buena patada por la jeta lo acomodara.

Todos los Derechos Reservados. © Copyright 2023 Germán Andrade G.

Un contenido original escrito para:
Encuentro de Talentos: El poder de los pensamientos

La imagen de portada fue obtenida de CANVA Pro.



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¡Que historia! Las artes orientales se centran en cultivar nuestro ser más allá de la fuerza física que grandioso que tuvo la dicha asistir a esas clases.

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Lo bonito de las artes marciales es que mejoras en la disciplina, en el control mental. Se sabe que al practicar un arte marcial es tener un arma letal. Hay que ser muy responsable al portar esa arma.
Tuve la suerte de tener un excelente maestro y amigo. Mente positiva.
Gracias por tu amable visita Génesis (@getheenspring).

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Hola @germanandradeg, la hija de una amiga practica esa disciplina, más que para defenderse, dice que la mejor pelea es la que se evita, pero es tal como lo describes, para ayudar a controlar la mente. Me gustó la historia que nos compartes. Un fuerte abrazo.

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Gracias, chiquilla por tu visita.
Cariños desde aquí.

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