Entrada al Concurso de minicuentos en honor a J. L. Borges de Literatos | Intertextualidad

Decidí acceder a su capricho y estacionar el auto justo detrás del consultorio. Hasta entonces, no me había percatado que una brisa helada, nos consumía desde afuera, ya que el ambiente dentro del auto, estaba tan gélido, que ni siquiera el más indómito invierno le podía superar. Ella estaba frustrada; movía con desdén sus piernas, haciendo con sus tacones un ruido insufrible que aplacaba mi ímpetu conciliatorio.

Yo miraba de lejos a una pareja de ancianos, que se ayudaban mutuamente a salir del auto después de aparcar en el estacionamiento de una farmacia. Mi mente de inmediato, me transportó a ese lejano futuro que hacía poco soñaba vivir con Alanah y de repente, una lágrima apareció en mis ojos, presagiando el comienzo de un inminente final. Ella me miró extrañado y me ignoró un rato, mientras, ambos mirábamos de reojo a los ancianos cruzar el portal de la farmacia.

—¿Y por qué lloras? —espetó Alanah con un tono que profería desinterés e insinuaba que le importaba, todo al mismo tiempo, casi como si sus sentimientos convergieran todos en un amplio mar de estrógeno.

—¿Yo?, pues… estoy llorando por todas esas noches que te he dado y las que no te daré. Creo que al final es lo mejor, a pesar de que separarnos signifique una amarga pérdida para mí. Supongo que debo comprender que existen cosas que por más que quisiera, nunca voy a poder controlar.

—Yo también creo que es lo mejor, Juan José… pienso que nuestro ciclo como pareja ha terminado. Me duele aceptarlo, porque yo también fui víctima de esa pasión que nos envuelve y nos despoja de la cordura, pero es posible que al final la costumbre nos terminó por jugar una mala pasada.

—Lo sé, pero ser testigo de este inevitable final también me condena al ostracismo de mis letras. Escribir es mi única condena y mi única libertad, tal vez te inmortalice en una de mis novelas, pero dudo mucho que pueda hacerte honor, sobre todo padeciendo este sufrimiento tan vil, que significa tu ausencia.

Jorge Luis dejó de escribir abruptamente. Esa última parte de su nueva novela lo había dejado más roto de lo que esperaba; añoraba haberle dicho eso a la mujer que tanto amó, pero ahora el tiempo se había llevado ese momento y en su lugar se había instalado una terrible desazón. Harto de la debilidad de sus sentimientos, comenzó a llorar, mientras anhelaba regresar el tiempo para hacer de aquella amarga despedida, algo mejor de lo que fue.

Resignado, solo le queda narrar a través de las páginas encantadas de su libro, todo aquello que pudo ser y no fue. Jorge Luis, sabiendo esto, se sirve una taza de café y comienza a imaginar la continuidad de los hechos, mientras repasa los hechos más sobresalientes de ese amor que tanto sufrió y no pudo vivir.

I decided to accede to his whim and park the car right behind the office. Until then, I had not noticed that an icy breeze consumed us from outside, since the atmosphere inside the car was so icy that not even the most untamed winter could overcome it. She was frustrated; she moved her legs disdainfully, making an insufferable noise with her heels that placated my conciliatory impetus.

I watched from afar as an elderly couple helped each other out of the car after parking in a drugstore parking lot. My mind immediately transported me to that distant future I had recently dreamed of living with Alanah and suddenly, a tear appeared in my eye, foreshadowing the beginning of an imminent end. She looked at me strangely and ignored me for a while, as we both looked sideways at the old men crossing the pharmacy's doorway.

—And why are you crying? —Alanah sputtered, with a tone that both implied disinterest and hinted that she cared, all at the same time, almost as if her feelings were all converging in a wide sea of estrogen.

—Me, well... I'm crying for all those nights I've given you and the ones I won't give you. I guess in the end it's for the best, even though parting means a bitter loss for me. I guess I have to realize that there are things that no matter how much I want to, I will never be able to control.

—I also think it's for the best, Juan José... I think our cycle as a couple is over. It hurts me to accept it, because I was also a victim of that passion that envelops us and strips us of our sanity, but it is possible that in the end habit ended up playing a dirty trick on us.

—I know, but witnessing this inevitable end also condemns me to the ostracism of my letters. Writing is my only condemnation and my only freedom, maybe I will immortalize you in one of my novels, but I doubt very much that I will be able to honor you, especially suffering this vile suffering, which means your absence.

Jorge Luis stopped writing abruptly. That last part of his new novel had left him more broken than he had expected; he longed to have said that to the woman he loved so much, but now time had taken that moment away and in its place had settled a terrible uneasiness. Fed up with the weakness of his feelings, he began to cry, while he longed to turn back time to make that bitter farewell something better than it was.

Resigned, he could only narrate through the enchanted pages of his book, everything that could have been and was not. Jorge Luis, knowing this, pours himself a cup of coffee and begins to imagine the continuity of events, while he reviews the most outstanding facts of that love that he suffered so much and could not live.