Un regalo en cadenas | Relato II

Leila dio un jalón grande a su Vaper, retuvo el humo en sus pulmones y lo soltó lentamente mientras miraba el reflejo de sus cuerpos desnudos en los microespejos que tupían el techo de la recámara, como un universo en expansión luego del estallido de una supernova. Tenía su mirada pérdida en los recuerdos y prácticamente estaba desconectada del tiempo y lugar presente.

Al volver en sí, dijo con voz melancólica: “Como ves, de la niña que una vez conociste sólo me quedan los grandes ojos achinados y las largas piernas, ahora más contorneadas”.

Un vago recuerdo recorrió la mente del hombre que escuchaba atentamente lo que la chica tenía que decir.

Indudablemente algunos acontecimientos habían transcurrido para cambiar radicalmente la vida de aquella chica que podría haber sido aeromoza, bailarina o modelo, como eran sus sueños de infancia.

La chica comenzó a hablar consigo misma, indiferente a las expresiones del hombre.

No voy a decir que soy víctima de las circunstancias porque entré en este negocio consciente de lo que quería, aunque no sabía las implicaciones y el profundo trasfondo que hay detrás del comercio sexual.

Mi rebeldía de adolescente hizo que mi madre me enviara a la capital con mi padre, y ahí al poco tiempo me escapé con una amiga que siempre me decía, que con estos senos podía tener todo lo que quisiera, y así fue como guiada por ella, di mis primeros pasos en los intercambios sexuales por dinero, con personas que ella misma contactaba. Así logré independizarme sin tener que recurrir a las migajas que podían darme mis padres. Uno se hace adicto al dinero y con ello aprende a hacer lo que sea para que nunca le falte.

Leila se sentía como si estuviese en una terapia hablando con su psicólogo, y mientras más le contaba su historia tenía la sensación de quitarse un peso de culpas sociales de encima. El hombre silencioso, solo asentía con su cabeza para no interrumpirla y a la vez demostrarle que seguía despierto y atento.

Lo que yo no sabía entonces era que en el negocio del sexo no hay independencia, no se puede pretender atender a una clientela sin rendirle cuentas y tributo al encargado de zona, quien a su vez envía su impuesto a otros que están más arriba. Así que, por novatas e ingenuas, mi amiga y yo nos metimos en líos de mafias que nos obligó a abandonar el país hacia una isla caribeña, dónde pensamos que las cosas serían más fáciles y prósperas, pero resultaron peores.

Así fuimos migrando de isla en isla dejando atrás un sin número de problemas y experiencias.

Cuando nos acercamos al anhelado norte, donde creímos que todo mejoraría, fuimos sometidas por una organización que nos esperaba como si tuvieran información previa y precisa de nosotras. Nos violaron ferozmente, y nos esclavizaron prácticamente sin paga. La vida se nos volvió un infierno del que no podíamos escapar.

Fingíamos ser felices de fiesta en fiesta, en discotecas y clubes nocturnos, teniendo que complacer a cuanto hombre se nos ordenara, sin importar si estábamos agotadas o enfermas; y al llegar a la residencia, a mí me tocaba servir como mujer del supervisor. Llegué al punto de querer suicidarme para terminar con todo, hasta que me enteré que estaba embarazada.

No hay nada más perjudicial para el negocio que un embarazo, así que traté de guardarlo en secreto; pero hay cosas que con el tiempo no pueden ocultarse. Al descubrirlo me practicaron un aborto tardío que daño mis órganos internos dejándome estéril.

Tragó saliva con dificultad, como si tuviera algo atravesado en su garganta, y con un tono de voz más suave continuó su monólogo.

De no haber caído en una redada y ser deportada, aun seguiría en esa esclavitud o tal vez ya no estaría con vida, como muchas otras que conocí.

Así, destruida y humillada volví a la casa materna, inmersos en la pobreza y la escases; y yo sin saber ningún otro oficio para apoyar económicamente, más que coquetear y exhibir mis piernas.

Sí… solo el cerdo vuelve a la mierda, lo sé. Pero ¿cómo dejar de hacer lo único que sabía hacer bien?

Como ves, aquí estoy y no lo hago nada mal. Subí de categoría, aunque sigo cargando las cadenas que me esclavizan a este infierno carnal. Bueno, al menos ahora tengo ciertos privilegios: puedo poner límites a mis contratos y recibo una buena remuneración por cada encuentro.

Un rayo de sol se coló por una rendija de la cortina y lo hizo despertar. Miró hacia su lado, pero la chica de largas piernas y grandes ojos achinados ya no estaba.