Noches en el nosocomio | Relato

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“… unos vienen y otros van, siguiendo el interminable ciclo de la naturaleza: nacer y morir.”

Photo by Doug Maloney on Unsplash

Asuntos de familia lo habían llevado nuevamente a pernoctar en el hospital central de la ciudad; el mismo dónde meses atrás había fallecido un tío suyo.

En aquella oportunidad había permanecido en las afueras de la institución, junto a otros familiares de pacientes –tendidos en el suelo como indigentes– pendiente solo de proveer cualquier requerimiento del cuerpo médico y de enfermería. Pero esta vez era distinto.

Ahora con la responsabilidad exclusiva de cuidar a Martín –el abuelo de su beba– le tocó adentrarse en la tétrica sala de emergencias y permanecer allí durante cuatro días, hasta completar su cometido de ver restituida la salud de aquel viejo amigo.

La primera noche cuando ingresaron, entraron en una sala sucia, con paredes y pisos ensangrentados, desechos de tratamientos arrojados impunemente en el suelo y camillas abarrotadas de pacientes, dando alaridos constantes de dolores no mitigados por los medicamentos.

La ausencia de personal era notable, y luego de esperar un rato en una destartalada silla de ruedas, apareció una joven médica, con aspecto aún de estudiante, quien indicó que lo acostaran en una camilla metálica, parecida quizá a la que debieron usar para armar al monstruo de Frankenstein.

Martín había perdido mucha sangre por una hemorragia digestiva y estaba desvanecido sin poder valerse por sí mismo; y la incapacidad de su esposa por una insuficiencia cardíaca, sumado a la ausencia de su única hija y nieta residentes al otro lado del océano Atlántico, había obligado a Enrique a tomar las riendas de la situación, quien sin pensarlo siquiera, acudió al llamado de auxilio de la familia. Allí estaba, pendiente de todo como si fuera el hijo varón que ellos nunca pudieron tener.

Tras un interrogatorio que parecía nunca terminar, le colocaron una vía para administrarle hidratación y medicamentos; y pasada la media noche lo ubicaron una destruida camilla ubicada en una habitación llena de equipos dañados y desechos hospitalarios, y ahí pasó su primera noche.

Durante su estancia hospitalaria, cada noche presenciaron la muerte de un paciente, mientras esperanzados confiaban en que todo saldría bien para Martín.

Hay una voz interna que nos indica, cuando el momento de la partida se acerca y cuando hay que seguir luchando para terminar la misión encomendada en la vida; y Martín se decía a sí mismo: “Mi día no ha llegado aún. Sé que volveré a ver a mis niñas, y hasta entonces no me voy a ir” y con ese pensamiento se quedaba dormido noche tras noche, mientras su cuerpo daba la batalla de su vida.

Cuatro días, tres noches, dos transfusiones de sangre y muchas atenciones fueron suficientes para darlo de alta médica –en realidad necesitaban la cama para otro paciente– y terminó con tratamiento y cuidados en su casa.

Hoy, par de viejitos se acompañan y cuidan mutuamente inmersos en su soledad, mientras el mundo sigue su acelerado ritmo. Enrique retornó a su rutina y en el Nosocomio unos vienen y otros van, siguiendo el interminable ciclo de la naturaleza: nacer y morir.

--Texto de mi autoría E.Rivera--

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