Me despierto y el alba incipiente da señales de su llegada, el olor a café recién colado me da la bienvenida y no puedo evitar una sonrisa instantánea. Me pongo mis pantuflas y camino con emoción hacia la cocina. Allí está ella, serena y ensimismada, escuchando tonadas en la radio mientras llega la hora de su programa favorito. Me quedo en silencio, contemplándola. ¡Cuántas veces me imaginé esta escena! ¡Cuántas veces la anhelé! Mi hermosa madre, cuánta falta me hiciste.

La cabellera plateada y los pliegues en su rostro me recuerdan el inclemente paso del tiempo, su andar quedo y sigiloso me advierten que ya no es tan fuerte como cuando me fui, las marcas en su piel me susurran los años que hemos dejado de compartir, los momentos que nos perdimos y que no han de volver. Siento ganas de llorar. Me calmo y me animo al saber que ya pasó, que ya estoy aquí y que jamás volveré a irme.

Mamá se asusta un poco cuando por fin me ve. “¡Hijo!" me dice con un gritico ahogado por la sonrisa. La abrazo fuerte. Quisiera no soltarla, retroceder el tiempo.

El café guayoyito, el gallo de la vecina entonando su enérgico canto, las guacharacas haciéndole un contrapunteo. Todo tal cual lo recordaba en mis aciagas noches de soledad.

Me fui con la esperanza de una vida distinta, quizás me dejé llevar por la ansiedad, por las ganas de un futuro promisor, por los cuentos que me relataban los que se habían ido antes de mí. Sin embargo me bastaron solo un par de meses para entender que me había equivocado. Traté de adaptarme, de mimetizarme con el entorno, de verdad que lo intenté. Perseveré porque pensé que con el tiempo el camino se me enderezaría, pero la vida solo se encargó de mostrarme de muchas maneras y con crueldad, el error que había cometido. Cuando murió mi viejo, supe que debía regresar. Aunque claro, he vuelvo roto, partes de mi quedaron regadas en todas las decepciones que viví en cada intento pasado por resurgir.

Tengo mucho por hacer, siento la imperiosa necesidad de recuperar el tiempo perdido. Me irá bien, estando aquí ya todo está bien.

Mamá me mira con ojos de ensueño, “Te extrañé” me dice con voz casi imperceptible. Mi corazón rebosa ahora en gozo, esto es un sueño, me digo, me pellizco. Y efectivamente, no siento nada. Mi hermosa madre empieza a desvanecerse ante mis ojos mientras mis manos tratan inútilmente de alcanzarla. Abro los ojos. Busco en el cajón y vuelvo a contar el dinero ahorrado, “Falta poco” me consuelo.

Esta es mi entrada para el Concurso de relatos de migración de los amigos de @Literatos, en el enlace previo están las bases de la iniciativa que nos plantea un tema cuyos matices y relevancia son indiscutibles en la actualidad.

A todos gracias por la lectura.