Mi mayor travesura de niño

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Acabo de leer sobre La Mayor Travesura de alguien en su infancia y, a decir verdad, me sentí decepcionado. Así que cuento la mía. Cuento mi mayor travesura de niño.

Una vez escribí un artículo que, en su momento, se interpretó entre mis vecinas, recias defensoras de los derechos de los perros y los gatos, como indicador de que yo era una persona sensible y compasiva de los sufrimientos de estos animales. Aquel artículo de verdad sugería eso.

Días después, una vecina me detenía en el portón del conjunto residencial donde vivimos para hablarme de que necesitaban a alguien de manos fuertes para sujetar a un gato mientras le colocaban una inyección. Sólo escuchar aquello me daba grima, porque yo casi soy alérgico a los gatos, y no tengo ganas, tampoco, de andar agarrando perros.

Más tarde, meditaba yo en el asunto y me decía a mí mismo:

Aquí hay un malentendido sobre las razones que inspiraron aquel artículo. Hace falta que yo escriba otro artículo para aclarar.

Realmente nunca escribí ese otro artículo, pero lo voy a escribir ahora:

PAR DE PERROS CALIENTES


Yo vengo de una cultura donde los perros están en el patio, no se les permite pasar al interior de la casa. Si alguno osa adentrarse más allá del umbral de la puerta, va a ser sacado a palos... (perdóname Nano).

Nuestros perros respetaban los límites. Ya ellos habían leído el manual y conocían, de cabo a rabo, el método universal anti-terrorista. Vivían apegados a la moral y a las buenas costumbres. Yo era sólo un niño cuando se aplicaba este régimen cuyos preceptos regían dentro y fuera de la casa.

Un día, caminando yo por el patio, encontré una situación inesperada, irregular, definitivamente fuera de orden, un atentado a la moral: Dos perros, acoplados en cerrada cópula, prodigábanse caricias a plena luz del día y sin ningún tipo de decoro.

Horrorizado por la desfachatez de aquellos canes incestuosos, tomé un palo de cepillo y comencé a castigar su inmoralidad. Éstos corrían para salvaguardar su patrimonio y sus bienes. Corrían muy torpemente; corría uno y arrastraba al otro. Yo seguía sobre ellos, con vara implacable de justicia y de juicio...

La carrera se prolongó por largos segundos. Al final, llegaron hasta una casucha que tenía en la entrada una tabla que me llegaba a la rodilla. Era un sitio donde se guardaban cosas viejas. Para uno entrar, tenía que levantar una pierna y luego la otra sobre la tabla que estaba en la entrada. El primer perro saltó por encima de la tabla, y el cuerpo del segundo chocó con la tabla deteniendo la carrera.

La escena final era perfecta: un perro a cada lado y, en medio, en el filo de la tabla, el cordón umbilical que los unía. Yo levanté el palo, apunté hacia el filo de la tabla y solté toda mi fuerza. Los perros pegaron un brinco y salieron, ahora sí, corriendo cada uno por su lado. Ninguno parecía agradecido de que los liberara así de su pecado...

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Dicen que los hombres que cometen actos como ése en su infancia terminan siendo criminales de adultos. ¿será eso verdad? La carrera de la vida puede ser muy larga y uno llega a entender algunas cosas.

Lo que me conmovió para a escribir el primer artículo fue, únicamente, una foto. En esa foto aparece Ángela, una vecina, con una mano puesta sobre una perra inconsciente. Era una perra de la calle que tenía una fea herida en la cabeza. Nadie la quería, pero ella la quiso sin conocerla. Son imágenes que pueden ablandar al más duro corazón.


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Créditos del texto: Amaponian Visitor (@amaponian)
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Mis tonterías



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11 comments
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Mi Nano vive, come, duerme dentro de la casa y cuando hay truenos, relámpagos, termina al pie de mi cama, trae su camita y si me descuido termina de dormir a mis pies. @amaponian

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Ay... ¡Qué cuchi!.. ¿Me lo prestas para llevármelo para Naricual?

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Si hay otros chicuelos por allí, Nano se les cuadra, es un chico territorial, ja, ja, y no me gustaría que le hiciera daño a nadie, ja, ja. @amaponian sabes que es mi compañero de aventuras y caminatas.

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Claro que sé que es tu compañero. Por eso le pedí disculpas arriba.
Igual si me lo llevo para Naricual lo voy a tratar bien. Te aclaro que aquel régimen cayó hace tiempo. Sólo es una historia de otros tiempos y otra mente.

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Yo creo que debes tener más travesuras. Al leer tu post recordé el pellizco que me dio mi mamá porque íbamos a la bodega y en la calle estaban dos perros "amarrados por la cola", a mí me pareció muy gracioso y los señalé y me reíiii ayyyy hasta que me dio ese pellizco, muy seria. Esa vez uno no hacía preguntas. Tiempo, mucho tiempo realmente, comprendí lo que estaba pasando y me volvió a doler el pellizco.

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La imagen del palazo me puso los “pelos de gallina” 😳

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Ayyy que dolor... pobres perros pecaminosos. De niños solemos inventar ¡cada cosa! Yo puse una camada de gatos justo en las ruedas de un carro para que cuándo arrancara los mandara a otro plano, uno donde no estuvieran cerca de mí. Mi mamá quedó tan impactada por mi comportamiento que me hizo aprender algunos salmos para "limpiar" mi alma je,je,je. Hoy en día no es que ame a los gatos pero conviven en mi territorio y llevamos la fiesta en paz. Aquella maltratadora de animales o asesina en potencia se esfumó.

Saludos

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Eso me consuela un poco... Ya no me siento tan mal. Porque si les corto el miembro aún pueden vivir, y mejor porque ya no pecan. Pero tú los pusiste debajo de la rueda, condenándolos de una vez "al ostracismo" sin pensar que a ellos tal vez no les gustaban las ostras... ¡Qué mala eres!...

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Liliana, qué mala eres, qué mala eres, Liliana, con ritmo de salsa...
Aquí es donde @amaponian cree que despotrica.

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No. Ya recogí los potricos.
No vaya a ser que a Liliana le de por ponerlos debajo de una rueda.

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Mi esposa tiene curiosidad de saber qué salmos le pusiste a Liliana para que purgara sus culpas.

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