En nombre de una divinidad ficticia, los hipócritas se escudan,
maldad en sus corazones, pero en la iglesia se arrodillan,
predicando amor, pero sembrando odio y divisiones,
con mentiras y engaños, se visten de santos y piadosos.

Bajo la máscara de la piedad, la corrupción se esconde,
carcomiendo valores, sembrando desolación y tristeza,
detrás de rezos y oraciones, se esconden los pecados,
la fe desvirtuada, la moral olvidada, la conciencia mancillada.

Con cinismo y doble moral, se creen intocables e impunes,
utilizando la religión para justificar sus males,
enfermos de alma, condenados por sus propias acciones,
hipócritas de corazón negro,
condenados al infierno de su propia creación.

La violencia en nombre de un dios que predica amor,
la hipocresía que emana de labios que rezan y blasfeman,
la muerte como ofrenda en un altar de falsas promesas,
los verdaderos creyentes
son aquellos que practican la bondad y la compasión.

Que el juicio final caiga sobre los falsos profetas,
que la verdad salga a la luz y los pecadores sean expuestos,
que la justicia divina castigue a los indignos,
que la verdadera fe guíe a los corazones sinceros
hacia la redención.

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